martes, 3 de junio de 2025

La dolce vita

Desde 1985, Guatemala ha vivido bajo la sombra de una democracia secuestrada por una casta política que no gobierna, no construye, no sirve, sino que parasita. Mientras la mayoría de los chapines luchamos por sobrevivir día a día, pagando impuestos, sorteando el desempleo, la inseguridad y el alza constante en el costo de vida, nuestros gobernantes viven en una burbuja llamada "la bella vita", financiada por nosotros. Los hemos visto desfilar por décadas: presidentes, vicepresidentes, ministros, diputados, alcaldes, burócratas de alto rango, asesores "fantasma" y una legión de "trabajadores públicos" que se acomodan con sueldos obscenos, viáticos, vehículos del Estado y plazas fantasmas. Y lo que duele más: todo pagado con el sudor de un pueblo que no ve retorno alguno de esa inversión forzada. En un país donde millones no tienen acceso a salud, educación digna ni servicios básicos, la cúpula política vive como si estuviera en un resort permanente. Se embriagan de poder y de licor, viajan al extranjero a "representarnos" mientras en sus maletas solo cargan cinismo. No trabajan, no resuelven, no legislan para mejorar vidas. Su única vocación es perpetuar su estancia en el festín del erario público. Son tantos los nombres que la lista se vuelve nauseabunda. Cada nuevo gobierno viene con la promesa del cambio, y cada uno termina igual o peor que el anterior. Cambian los rostros, pero la miseria se mantiene. Dicen que nos representan, pero solo representan sus propios intereses. Hacen del país un burdel político, donde todo se negocia, todo se vende, y nada se construye. Un verdadero mercado de la desvergüenza. El Congreso, lejos de ser una casa del pueblo, se ha convertido en una cloaca de intereses personales. Las bancadas solo existen para robar en bloque. Los pactos oscuros se sellan tras bambalinas mientras nos distraen con shows mediáticos. No hay rendición de cuentas, no hay justicia, no hay consecuencia. Solo hay impunidad. Y nosotros, el pueblo, ya no deberíamos callar. Ya no deberíamos tolerar otro sexenio de inacción. No podemos seguir esperando que estos mierdatarios, estos burrocratas de lujo, cambien algo que no les conviene cambiar. Porque ellos sí viven bien. Ellos sí gozan de privilegios. Ellos sí se dan "la bella vita". Mientras tanto, el país se desangra. Los hospitales públicos están colapsados. Las escuelas se caen a pedazos. Los jóvenes migran en masa porque aquí no hay futuro. Los trabajadores no tienen garantías ni sueldos dignos. Las comunidades rurales siguen olvidadas, como si no existieran. Y todo eso, todo ese abandono, tiene una causa clara: el robo sistemático y descarado del Estado. La verdadera pandemia de Guatemala es la corrupción, la mediocridad y la indiferencia de sus gobernantes. Desde 1985 hasta hoy, han sido más de 30 años de saqueo. Una generación completa de políticos que aprendieron que la mejor forma de vivir sin trabajar es llegar al poder. Necesitamos despertar, organizarnos, exigir. No con likes, no con tuits, sino con acción, con presión social, con memoria. Que cada nombre que ha traicionado al país quede marcado. Que el pueblo no olvide. Que los próximos no crean que el saqueo es herencia. Porque Guatemala no merece seguir siendo la finca privada de unos cuantos sinvergüenzas. Merece líderes con vocación de servicio, no de lucro. Merece dignidad. Merece justicia. Merece otra historia. Y mientras eso no ocurra, seguiremos viendo cómo unos pocos viven la bella vita, mientras el resto sobrevive en el olvido.

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